martes, 4 de junio de 2013

Por tu luz

Cada vez que vengas a mí.
Que ilumines mi sala con tu presencia arrebatadora.
Ten piedad y no me mires a los ojos.
Ten compasión y no me beses los zapatos.
Ten un ápice de dignidad y clávame de una vez por todas el cuchillo de tu indiferencia.
Gírate y sal.
Busca en el mundo aquello que te has ganado por tu inmensa belleza.
Por tu luz.





Hez

Cuando todo parece una gran mierda
será que lo es
o a lo mejor no...
puede que sea una hez.




lunes, 3 de junio de 2013

Me habían matado

Cuando sentí la herida en el costado y supe que me habían matado grité:
hijo de puta cabrón me cago en tu puta madre que te ha parido so mamón.
Y me sentí mejor.
Y me desconecté.
Y me levanté.
Y me dispuse a ir hacia la puerta.
Todavía cabreado.
Sin percatarme.
De que aquel.
Que me había matado.
También se había desconectado.
Y caminaba hacia la puerta.
Tras de mí.
Y me agarraba por el hombro.
Mientras preguntaba.
¿Qué has dicho de mi madre?
Y me pegaba una vez tras otra hasta dejarme en el suelo.
Magullado.
Humillado.
Doblemente.
Y me levanté.
Como pude.
Y acudí al hospital.
A que me sanaran de mis heridas.
Y me dieran un calmante.





Cuando el viento sopla

Cuando el viento sopla
de costado
y no puedes mantener
la línea recta
que has trazado...
sopla, resopla, 
huye, rehuye.
Y si así no se soluciona...
sigue huyendo.

domingo, 2 de junio de 2013

Justicia

Amigos de la cinemateca improvisada tridimensional, estimadas señoras del círculo de madres desesperadas pero creativas, demás compañeros y compañeras.

Gracias por acudir prestos a la llamada de vuestro amo y señor. Sin vosotros, sin vosotras, esta sociedad no existiría, se perdería en la niebla, se esfumaría en la noche de los tiempos.

Cuando, en aquella tarde hermosa de primavera, vino a mí esta idea, este regalo divino en forma de objetivo, de fuerza de cambio, de camino intelectual de meta moral definida, todavía me dan ganas de cagar. No lo puedo evitar. Siempre que me emociono se me agitan los esfínteres del recto. Es una debilidad que tengo desde siempre y que nunca he querido tratar. Siempre he pensado que era mejor así, siempre me ha parecido una manera amable de sentirme humano, perecedero, libre.

Pero dejemos de lado el pasado y vayamos directos al presente sin olvidar el esplendoroso futuro que nos espera a la vuelta de la esquina.

Somos los primeros en haber llegado hasta aquí. Y gracias a nuestra maravillosa gracia para la planificación y la muerte seremos también los últimos. O casi... Aún queda esperanza para unos pocos más.

Hemos logrado construir el cerco y dejar sólo una puerta muy estrecha por la que tienen que pasar todos aquellos que no quieran morir al otro lado. Y nosotros somos los jueces y verdugos, los encargados de la selección, de la criba. 
Y lo haremos bien. Lo haremos muy bien.

Porque llevamos preparándonos siglos, porque no sabemos hacer otra cosa, porque el futuro del nuevo mundo nos pertenece y espera de nosotros, por otra parte, que no le defraudemos.
No habrá piedad. No se malgastará ni un solo sentimiento por los pobres desgraciados que eligieron el lado rígido, no oscilatorio, que optaron por la servidumbre, que se decidieron por la avaricia, que se decantaron por la envidia y la extorsión.

Para todos los demás, todos los que tienen las manos limpias, todos los que no miraron a otro lado, todos los que nunca miraron a ningún lado por candor o porque nacieron ciegos, para todos aquellos débiles de tripas, para los que rezaron y sufrieron con la esperanza de ver este momento. Para ellos habrá un lugar al otro lado del muro, donde el paraíso terrenal volverá a ser real, donde el sueño de los seres primigenios se corporeizará y viviremos y moriremos todos felices siguiendo el camino de luz y oscuridad, en flujo con la vida sin trampas de la consciencia, sin pensamientos enfermos, erróneos, que nos hicieron sufrir en otra época. Esa época de incertidumbre, donde el peor siempre se salía con la suya, donde uno siempre podía más que unos cuantos, donde la verdad y la belleza, la verdadera belleza intestinal no podía salir a la luz ni volver a las sombras como ahora: rítmicamente.

Hermanos, hermanas. Recemos ahora conjuntamente, una última vez. Para recabar fuerzas antes de esta última prueba que nos ofrece el camino de luz y de sombra. Disfrutemos por última vez del deber de limpiar el mundo de impurezas estancadas. Que no nos tiemble la mano a la hora de ajusticiar a estos millones de entes que se creyeron humanos sólo por ser antropomorfes.
Amigos de la capa enlutada, abrid por fin la puerta en este día de gozo en la historia de la humanidad. En la que se pondrá, por fin, un punto y aparte en la evolución de nuestra especie sangrante por tantos milenios.

Primos de la daga manchada afilad por última vez vuestros cuchillos antes de la última degollación, necesaria para apartar del futuro rítmico a todos aquellos que han mancillado el nombre del Flujo. Y que no os tiemble la mano a la hora de ejecutar la sentencia. Que no podrá ser sino de muerte.

Camaradas dela toga embarrada, quemad con vuestras pupilas de fuego redentor las almas de los infelices que creían que no existía un Dios justiciero. Y no parpadeéis ni un solo segundo a la hora de mandarlos al patíbulo. Ellos mismos escribieron su final mucho tiempo atras, mientras se reían de la bondad de los otros hombres, mientras pisoteaban las mejillas ofrecidas por aquellos que no supieron o pudieron defenderse.

Adelante compañeros. Hágase, al fin, justicia.

Niebla

Cuando la niebla 
se convierte en tiniebla,
si vives en Londres: 
tiembla




sábado, 1 de junio de 2013

Aquella mañana no se podía mover.


Aquella mañana no se podía mover. Los dedos entumecidos debajo de las mantas y el cuello completamente contraído. Debía de haber dormido en una mala postura. Aunque no era eso sólo. desde hace unos meses la situación en casa había empeorado. Marta volvía tarde casi todas las noches y alguna que otra no volvía. Por la mañana los niños preguntaban que donde estaba mamá. Él contestaba que estaba trabajando, que se había levantado muy pronto o que todavía no había vuelto del turno de noche.

Siempre habían tenido una relación abierta, pero estas últimas salidas eran de otra índole. Ya no había ni siquiera una intención de mostrar pudor o respeto. Marta se había enamorado.

Desde el momento en que esto se convirtió en algo obvio para Juan, cada noche, al salir ella por la puerta de casa, pensaba que sería la última vez que la vería.

Desde el principio de conocerse la idea de que Marta pudiera ser una de esas mujeres que abandonan a sus hijos y desaparecen de repente le había estado martirizando. Juan se repetía: "Ella no es así" "No es así" "Quítatelo de la cabeza". Pero nunca acababa de desaparecer de su corteza cerebral la imagen de ella diciendo adiós por última vez con su desparpajo estresado habitual.

Su hija mayor se metió en la cama con él y le preguntó: "¿Qué pasa papá? ¿porqué no te levantas?" "Es que me duele mucho el cuello y no me apetece moverme nada. Pero me voy a tener que levantar para haceros el desayuno. Así que, ¡venga! A levanta...Aaaaaahh...rse.

Mientras la leche se calentaba en un cazo, fregó los cacharros de la noche anterior, limpió la mesa y sacó las mermeladas y la mantequilla de la nevera. Encendió también el Baby Phone para oír a la niña pequeña si se despertaba estando él en la cocina.

Mientras las niñas desayunaban y convertían la mesa de la cocina en una batalla de mermelada, yogurt y migas de pan, Juan sacó un buscopán y un ibuprofeno del cajón de las medicinas y se los tragó sin agua ni nada. Esa mañana, el camino a las dos guarderías de las niñas sería más largo de lo normal.

Al volver a casa ella no había llegado. La sensación de abandono en la que estaba la casa, la firme creencia, ya enraizada dentro de su ser, de que ella no iba a volver y los dolores físicos, junto con la ansiedad propia de cada día del autónomo antes de empezar la jornada de trabajo, le sumieron en un estado catatónico del que, pensó, sólo se podría salir viendo unos cuantos capítulos de su nueva serie preferida: Breaking Bad.

Después del sexto episodio seguido, se dio cuenta de que su rigidez muscular había empeorado dolorosamente por culpa de la mala postura adoptada en el sofá. Además, no le había servido de nada. Había perdido un día entero de trabajo, el último episodio había sido de lo más estresante y el final, como siempre, sólo le dejaba una sensación de necesitar más muy parecida, probablemente, a lo que siente un heroinómano o un fumador cuando han hecho uso de la última dosis que poseían. Se levantó, se quitó la ropa de yoga que le había hecho un servicio magnífico tirado en el sofá, recogió la esterilla del yoga que yacía todavía muerta de risa desde la mañana entre el televisor y el sofá y salió a recoger a las pequeñas. Al salir por la puerta se volvió a acordar de que ella todavía no había llegado.

En el parque de la plaza vivió los mejores momentos del día. Las madres jóvenes y guapas del barrio eran de un candor y simpatía excepcional. Casi se hubiera podido creer que iban a saltar en brazos de uno en manada pidiendo entre sollozos el poder engendrar un nuevo hijo con ayuda de su legado genético. ¡Qué sonrisas! ¡Qué miradas! ¡Qué culos al salir del parque en dirección a sus casas mientras Juan se quedaba sólo con sus hijas y con los pies hundidos en la arena hasta los tobillos!

Por la noche, preparándoles una tortilla francesa a su angelitos, no podía parar de pensar en la hija del propietario del edificio donde estaban alquilados. Qué belleza adolescente, qué mirada inteligente y sensible, qué imágenes le pasaban por la mente... Se besaban furtivamente en el sótano, se escapaban enamorados mientras el padre de ella echaba pestes del pederasta secuestrador, se quemaba la tortilla y tenía que hacer otra para sus hijas.

Mientras se comía la tortilla requemada se volvió a acordar de que Marta no iba a volver.